Educación de la conciencia
Una intesante reflexión sobre un capítulo central de la moral: la conciencia.
El primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos suena así de solemne y hermoso: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Están dotados de razón y de conciencia, y deben comportarse los unos con los otros en espíritu de fraternidad».
El hombre de hoy tiene como nunca la convicción de sus derechos, de su mayoría de edad, de su capacidad de decisión, y la certeza de haber recobrado la dignidad y la autonomía de su persona. Las ciencias humanas han contribuido esencialmente a este despertar de la conciencia, estudiándola desde todas las perspectivas posibles: ética, psicológica, sociológica, biológica, emocional, e incluso neurológica y neuropsicológica. La diversidad de antropologías, trascendentales o inmanentistas, por ejemplo, dan lugar a diversas concepciones de la conciencia y muestran que nos movemos en un campo donde el resultado no ha sido ni será definitivo, sino de una ambigüedad evidente. El relativismo es fuerte, motivado, acaso, por la igualdad teórica de todos y cada uno en la democracia, o por una falsa tolerancia, como si no importase la verdad y todo valiese, o como si todos tuviéramos razón.
El pluralismo y la crisis de autoridad nos obligan a fiarnos de nuestra conciencia. Hasta podríamos decir que esta referencia define nuestra cultura, en la que todo el mundo repite el estribillo: «Yo he obrado en conciencia» o «en conciencia yo diría que…». Es el final provisional de un largo proceso en el que han intervenido múltiples factores.
Esta reflexión sobre la educación de la conciencia consta de tres partes diferentes. La primera trata, en general, sobre la conciencia y sobre algunas de sus características; la segunda aborda específicamente el tema de su educación; y la tercera se ocupa de su formación en unos temas muy concretos y muy propios de nuestra cultura. Reconociendo, por supuesto, que hay una disociación entre fe y sociedad, entre ética cristiana y praxis social, y que no existen ideales comunes, salvo instrumentales y de utilidad.
- Tapa blanda